miércoles, 19 de marzo de 2014

Cuadros parisienses IV

XCV


CREPÚSCULO VESPERTINO

He aquí la noche encantadora, amiga del criminal;

Llega como un cómplice, a paso de lobo; el cielo

Se cierra lentamente cual una gran alcoba,

Y el hombre impaciente se cambia en bestia salvaje.

¡Oh noche!, amable noche, deseada por aquel

Cuyos brazos, sin mentir , pueden decir: ¡Hoy

Hemos trabajado! — Es la noche la que alivia

Los espíritus que devora un dolor salvaje,

El sabio obstinado cuya frente se abruma,

Y el obrero encorvado que recobra su lecho.

Mientras tanto demonios malignos en la atmósfera

Se despiertan pesadamente, cual hombres de negocios,

Y golpean al volar los postigos y el altillo.

A través de las luces que atormenta el viento

La Prostitución se enciende en las calles;

Como un hormiguero ella abre sus salidas;

Por todas partes traza un oculto camino,

Cual el enemigo que intenta un asalto;

Ella se agita en el seno de la ciudad de fango

Como un gusano que roba al Hombre lo que ha comido.

Se escuchan aquí y allí las cocinas silbar,

Los teatros chillar, las orquestas roncar;

Las mesas redondas, en las que el juego hace las delicias,

Llénanse de rameras y de estafadores, sus cómplices,

Y los ladrones, que no tienen tregua ni merced,

Pronto han de comenzar su trabajo, ellos también,

Y forzar suavemente las puertas y las cajas

Para vivir unos días y vestir a sus amantes.

¡Recógete, alma mía, en este grave instante,

Y cierra tu oído a este rugido.

Esta es la hora en que los dolores de los enfermos se agudizan!

La Noche sombría les agarra la garganta; concluyen

Su destino y van hacia la fosa común;

El hospital se llena de sus suspiros. — Más de uno

No llegará jamás en busca de la sopa perfumada,

AI rincón del hogar, de noche, junto a un alma amada.

Todavía la mayoría de ellos, jamás han conocido

La Dulzura del hogar, ¡Jamás han vivido!





XCVI

EL JUEGO

En los sillones marchitos, cortesanas viejas,

Pálidas, las cejas pintadas, la mirada zalamera y fatal,

Coqueteando y haciendo de sus magras orejas

Caer un tintineo de piedra y de metal;

Alrededor de verdes tapetes, rostros sin labio,

Labios pálidos, mandíbulas desdentadas,

Y dedos convulsionados por una infernal fiebre,

Hurgando el bolsillo o el seno palpitante;

Bajo sucios cielorrasos una fila de pálidas arañas

Y enormes quinqués proyectando sus fulgores

Sobre frentes tenebrosas de poetas ilustres

Que acuden a derrochar sus sangrientos sudores;

He aquí el negro cuadro que en un sueño nocturno

Vi desarrollarse bajo mi mirada perspicaz.

Yo mismo, en un rincón del antro taciturno,

Me vi apoyado, frío, mudo, ansioso,

Envidiando de esas gentes la pasión tenaz,

De aquellas viejas rameras la fúnebre alegría,

¡Y todos gallardamente ante mí traficando,

El uno con su viejo honor, la otra con su belleza!

¡Y mi corazón se horrorizó contemplando a tanto infeliz

Acudiendo con fervor hacia el abismo abierto,

Y que, ebrio de sangre, preferiría en suma

El dolor a la muerte y el infierno a la nada!





XCVII

DANZA MACABRA

Para Ernesto Christophe

Como un viviente, arrogante de su noble estatura,

Con su gran ramillete, su pañuelo y sus guantes,

Ella tiene la indolencia y la desenvoltura

De una coqueta flaca de porte extravagante.

¿Se vio alguna vez en el baile un talle más delgado?

Su vestido exagerado, en su real amplitud,

Se vuelca abundantemente sobre un pie seco que oprime

Un zapato adornado, bello cual una flor.

El frunce que juega al borde de las clavículas,

Cual arroyo lascivo frotándose en el peñasco,

Defiende púdicamente de las chanzas ridículas

Los fúnebres encantos que ella sabe ocultar,

Sus ojos profundos están hechos de vacío y de tinieblas,

Y su cráneo, con flores artísticamente peinado,

Oscila lánguidamente sobre sus frágiles vértebras,

¡Oh, encanto de un fantasma locamente emperifollado!

Algunos te tomarán por una caricatura,

Sin comprender, amantes ebrios de carne,

La elegancia sin nombre de tu humana armadura.

¡Tú respondes, gran esqueleto, a mi gusto más caro!

¿Vienes a turbar, con tu imponente mueca,

La fiesta de la Vida? o ¿algún viejo deseo,

Acicateando aún tu viviente esqueleto,

Te impulsa, crédula, al aquelarre del Placer?

¿Con el cantar de los violines, y las llamas de las bujías,

Esperas expulsar tu pesadilla burlona,

Y vienes a implorar al torrente de las orgías

Que refresque el infierno encendido en tu corazón?

¡Inagotable pozo de necedad y de errores!

¡Del antiguo dolor eterno alambique!

A través del retorcido enrejado de tus costillas

Yo veo, todavía errante, el insaciable áspid.

A la verdad, temo que tu coquetería

No alcance un precio digno de sus esfuerzos;

¿Quién, entre esos corazones mortales, alcanza la burla?

¡Los sortilegios del horror sólo embriagan a los fuertes!

El abismo de tus ojos, pleno de horribles pensamientos,

Exhala el vértigo, y los bailarines prudentes

No contemplarán sin amargas náuseas

La sonrisa eterna de tus treinta y dos dientes.

Empero, ¿quién no ha estrechado entre sus brazos un esqueleto,

Y quién no se ha nutrido de cosas sepulcrales?

¿Qué importa el perfume, el vestido o el tocado?

El que hace ascos demuestra que se cree bello.

Bayadera sin nariz, irresistible trotona,

Diles, pues, a estos bailarines que se hacen los ofuscados:

"Arrogantes galanes, pese al arte de los polvos y del colorete,

¡Exhaláis todos la muerte! ¡Oh, esqueletos almizclados!

¡Antinoos marchitos, dandis de rostro glabre,

Cadáveres barnizados, lovelaces canosos,

El alboroto universal de la danza macabra

Os arrastra hacia lugares desconocidos!

Desde los muelles fríos del Sena a los bordes ardientes delGanges,

El tropel mortal salta y se pasma, sin ver

La trompeta del Ángel en un agujero del techo

Siniestramente boquiabierto cual un negro trabuco.

En todo clima, bajo todo sol, la Muerte te admira

En tus contorsiones, risible Humanidad,

Y a menudo, como tú, perfumándose de mirra,

Mezcla su ironía a tu insensatez!"





XCVIII

EL AMOR DE LA MENTIRA

Cuando te veo pasar, ¡oh!, mi querida, indolente,

Al cantar de los instrumentos que se rompe en el cielo raso

Suspendiendo tu andar armonioso y lento,

Y paseando el hastío de tu mirar profundo;

Cuando contemplo bajo la luz del gas que la colora,

Tu frente pálida, embellecida por morbosa atracción,

Donde las antorchas nocturnas encienden una aurora,

Y tus ojos atraen cual los de un retrato,

Yo me digo: ¡Qué hermosa es! y ¡qué singularmente fresca!

El recuerdo macizo, real e imponente torre,

La corona, y su corazón cual un melocotón magullado,

Está maduro, como su cuerpo, para el sabio amor.

¿Eres el fruto otoñal de sabores soberanos?

¿Eres la urna fúnebre aguardando algunas lágrimas,

Perfume que hace soñar con oasis lejanos,

Almohada acariciante, o canastillo de flores?

Yo sé que hay miradas, de las más melancólicas,

Que no recelan jamás secretos preciosos;

Hermosos alhajeros sin joyas, medallones sin reliquias,

Más vacíos, más profundos que vosotros mismos, ¡oh Cielos!

¿Pero, no basta que tú seas la apariencia,

Para regocijar un corazón que rehuye la verdad?

¿Qué importa tu torpeza o tu indiferencia?

Máscara o adorno, ¡salud! Yo adoro tu beldad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Un blog es para dejar comentarios. La Profe promete no censurar, pero recuerda que el respeto es la mejor tarjeta de presentación.